El 21 de mayo la directiva Hábitats cumplió veinte años. Seis meses después el Secretario de Estado de Medio Ambiente, Federico Ramos, y el director homónimo de la Comisión Europea Karl Falkenberg lo han celebrado plantando una encina en el Parque Nacional de Cabañeros. Con retraso, como es costumbre en España para todo lo que tiene que ver con las directivas medioambientales y en especial las de conservación de la naturaleza. Y solo una encina ¿eh? Que estamos en pleno austericidio.
España es el país con más terreno declarado Natura 2000 al amparo de esta directiva, nada menos que una cuarta parte del territorio, pero la mayor parte no han completado su tramitación, y lo que es más grave, no existe presupuesto para su conservación y gestión, por lo que todas estas áreas cuya importancia para la biodiversidad está científicamente demostrada, no son más que colorines en un mapa administrativo, sin efecto real para la conservación: «Conservación sin financiación es conversación» dice mi lema favorito. No son más que «paper parks», parques de papel, sin guardería, sin dirección, sin objetivos y lo que es más triste, sin futuro. Incumplidos todos los plazos razonables para la declaración de «una red ecológica coherente de espacios de especial conservación», con sus objetivos y planes de gestión aprobados y en funcionamiento, podemos decir sin pecar de derrotismo que en materia de conservación -como por desgracia en tantas cosas- España es un país de pandereta.
Bueno, mentiría si no dijera que estas directivas sirven para ponerle la vida un poco más difícil a proyectos infumables y también para repartir un poco de dinero de vez en cuando en el medio rural -no ahora claro, que eso se recortó de lo primero-.
Pero la ristra de animaladas aprobadas por las autoridades españolas e incluso por la misma Unión Europea es tan larga que da vergüenza ajena, empezando por el embalse de Itoiz y terminando por el aeropuerto de Ciudad Real, dos de mis mayores espinas porque fueron aprobadas por gobiernos supuestamente sensibles y con el visto bueno de la Comisión.
¿Qué no intentará Cañete?