Este artículo se publicó en El País, el 13 de septiembre de 2018
No es casualidad que los anuncios de productos que venden bienestar se asocien con la naturaleza o que nos inviten a comer yogur o tomar un té en pleno campo, ya que está demostrado que el contacto con el entorno natural aumentan el bienestar físico y psíquico de las personas. Además de la publicidad, los investigadores saben también que las zonas verdes favorecen el sentimiento de comunidad y la buena vecindad y contribuyen a que la gente sea más generosa y sociable.
Por eso se crean zonas verdes en las ciudades, y por eso es imprescindible conservar redes amplias de espacios naturales y paisajes protegidos interconectados. No solo para preservar la biodiversidad de especies y ecosistemas, muy importante en sí misma, sino también para facilitar el ocio y esparcimiento en plena naturaleza, como parte integral de nuestro desarrollo vital.
Parte de este reconocimiento social de los espacios naturales es el Convenio Europeo del Paisaje, hecho en Florencia en el año 2000 y ratificado por España en 2007, que pretendía favorecer la protección de los paisajes como «elemento fundamental del entorno humano, expresión de la diversidad de su patrimonio común cultural y natural y como fundamento de su identidad». Esta protección es aún más necesaria, si cabe, en un entorno superpoblado como es la Comunidad de Madrid, donde las urbanizaciones e infraestructuras de todo tipo amenazan continuamente la integridad de los espacios naturales.
Sin embargo, poco o nada se ha hecho en nuestra región por proteger los paisajes frente al desarrollo económico y la especulación urbanística. Esta es una de las razones de ser principales del proyecto de ley de Patrimonio Natural de la Comunidad de Madrid que Equo presentó en junio en el parlamento regional. Una Ley para proteger los paisajes naturales del hormigón que les acecha; una propuesta para disfrutar de las estrellas del cielo nocturno de Madrid frente a la contaminación lumínica.
Es necesaria una Ley de Patrimonio Natural que permita conectar a la naturaleza con las personas a través de los centros de interpretación y educación ambiental, las áreas recreativas, la red de senderos y todas las infraestructuras que facilitan a los visitantes el conocimiento de nuestros parajes más singulares, sin perjudicar la integridad de los hábitats.
Madrid posee un rico y variado patrimonio natural que constituye una de sus principales señas de identidad. Cuenta con un Parque Nacional en la Sierra del Guadarrama y tres grandes parques regionales, el 40% de su territorio está protegido por la Red Natura 2000, pero no dispone de un marco legislativo que ampare estos espacios y los configure como una verdadera red de espacios protegidos. Es más, la escasa legislación existente está obsoleta y es poco más que papel mojado.
Cuando se cumple el centenario de la declaración del primer Parque Nacional español en la Montaña de Covadonga (hoy de Picos de Europa), conviene recordar que, ya entonces, uno de los motivos principales para la protección de aquellos espacios singulares era la espectacularidad de sus paisajes.
En pleno siglo XXI debemos reivindicar la función social de nuestros espacios naturales y poner los medios adecuados para protegerlos y legarlos a las generaciones futuras. Al fin y al cabo, incluso los más urbanitas disfrutan de un paseo por el campo.